Publicado el por Redacción
Intervención de Tomas Ibáñez en el debate con Catherine Malabou, celebrado en el Instituto Francés de Milán en febrero 2024, con ocasión de la publicación de la versión italiana de su libro: Au voleur! Anarchisme et philosophie[1] por la editorial libertaria Eleuthéra.
La importancia de su libro para esclarecer la relación que mantiene la filosofía crítica con la anarquía, y también para ayudarnos a repensar el anarquismo, queda sobradamente evidenciada por la enorme repercusión mediática que ha tenido y, sobre todo, por la cantidad de reseñas, citas, comentarios y debates que ha suscitado en los medios libertarios y fuera de estos.
Le adelanto que soy una de las personas a las que su libro ha seducido, sin duda porque me siento en sintonía con sus argumentos, aunque me preocupan algunos aspectos que mencionaré al final de este comentario.
Si no voy a abordar aquí sus observaciones sobre lo que llama el «anarquismo de hecho», es sencillamente porque mi ignorancia en la materia es colosal. Aun así, comparto la importancia que otorga a este fenómeno y la idea de que, gracias sobre todo a la revolución informática, el capitalismo se ha «anarquizado», por así decirlo, pero sólo por así decirlo.
Así que sólo voy a hablar de lo que usted denomina «l’anarchisme d’éveil» (el «anarquismo emancipatorio», en una arriesgada traducción), parafraseando ocasionalmente sus propios comentarios.
Por ejemplo, hago mía su calificación de «resurgimiento del anarquismo» para caracterizar lo que ocurrió durante la gran manifestación de Seattle en el 1999, así como en todas sus sucesivas réplicas.
No es que aquellos grandes movimientos políticos se viesen «polinizados» por unas ideas libertarias que estuviesen flotando en el aire en ese momento, sino que «reinventaron» literalmente principios organizativos y tácticas de corte anarquista a partir de las prácticas desplegadas en el seno de las propias situaciones de confrontación. Y esto se repitió a lo largo del primer cuarto de este siglo en las numerosas revueltas que estallaron en todo el mundo.
Esta reinvención de principios libertarios en el seno de movimientos ajenos al recinto anarquista tradicional ha dado vida, como ya ocurriera en Mayo del 68, a lo que he llamado un «anarquismo extramuros».
También estoy totalmente de acuerdo con usted en que el anarquismo debe trabajar arduamente para repensarse a sí mismo llevando a cabo un auténtico «aggiornamento». En este sentido, aprecio mucho su expresión «el anarquismo que viene», algunos de cuyos rasgos ya se pueden discernir. Y, ya que nos encontramos aquí bajo los auspicios de la editorial libertaria Eleuthèra, este deseo de aggiornamento no puede sino avivar el recuerdo de aquel gran militante anarquista y excelente compañero Amedeo Bertolo cuando decía, y cito textualmente: «el viejo y sólido tronco del anarquismo es todavía vigoroso, pero debe ser podado enérgicamente, para que las ramas jóvenes puedan brotar y desarrollarse y para que pueda acoger los nuevos injertos sin rechazarlos ni sofocarlos».
Usted argumenta con acierto que la filosofía crítica contemporánea ignora «el anarquismo» y sólo se interesa por «la anarquía». Esto es cuanto menos curioso, dado que el canon anarquista clásico no estaba desprovisto de contenido filosófico e incluso exhibía una apreciable calidad filosófica. Bakunin tenía una sólida formación en este campo, y lo mismo, o incluso más aún se podría decir de Stirner, sin olvidar muchos otros como Proudhon, Kropotkin, Landauer, Malatesta, etc.
Se ha reconocido al marxismo su alcance filosófico, mientras que se le ha negado al anarquismo. Sin embargo, la diferencia entre Marx/Engels y los anarquistas no residía en la menor familiaridad de estos últimos con el corpus filosófico de su tiempo, sino en su diferente relación con la filosofía. Es cierto que ambos sectores abogaban por una salida de la filosofía entendida como mera contemplación, y ponerla a actuar sobre el mundo.
Sin embargo, por el lado de Marx se consideraba que la reflexión y el análisis debían nutrir, y por tanto preceder, a la acción transformadora a fin de poder guiarla, mientras que por el lado de Bakunin era «en el rugido de la lucha» donde se generaba y se nutría la reflexión teórica. Como bien había visto Proudhon, la idea nace de la acción y repercute en ella en una relación de perfecta simbiosis.
Es absolutamente cierto que el anarquismo no puede equipararse al discurso filosófico, pero ello se debe a que «su modo de construcción», arraigado en la práctica, difiere del de la filosofía. Así, el discurso anarquista no puede ser nunca un discurso meramente «meditativo», por utilizar una de sus expresiones; sólo es anarquista si es simultáneamente un discurso «militante».
Dicho esto, como usted muy bien sostiene, renunciar a la filosofía sería suicida para cualquier pensamiento político, y está claro que el anarquismo no debería hacerlo. Pero, de hecho, no hay en absoluto un rechazo anarquista de la filosofía, hay un rechazo anarquista a «ser una filosofía», a ser un elemento perteneciente a dicho orden del discurso.
Además, hacia finales del siglo pasado, filosofía y anarquismo volvieron a encontrarse, como lo demuestra el impacto del post-estructuralismo en el pensamiento anarquista, en particular con las contribuciones de Todd May, Jason Adams o Saul Newman, quienes articularon un anarquismo post-estructuralista fuertemente impregnado de filosofía y que se nutrió del «anti-esencialismo radical» de Foucault, extrayendo de su caja de herramientas unos instrumentos que son totalmente necesarios para entender, entre muchas otras cosas, el poder y la dominación.
Pero, si bien el anarquismo ha incorporado elementos filosóficos, usted demuestra elocuentemente que la filosofía permanece impermeable al anarquismo, incluso tratándose de pensadores que se inclinan por valorar positivamente la anarquía.
Esto se debe, según usted a la estricta separación que establecen entre anarquía y anarquismo, interesándose sólo por un concepto de anarquía escindido del movimiento anarquista.
Ahora bien, si es cierto que anarquía y anarquismo son dos conceptos distintos, también lo es que están «íntimamente entrelazados». Es el movimiento anarquista el que construye la idea de anarquía al mismo tiempo que esta inspira sus pasos, y erramos gravemente si descuidamos este entrelazamiento.
De los seis filósofos que usted comenta, son Michel Foucault y Reiner Schürmann los que más aprecio y mejor conozco, por lo que a ellos limitaré mis comentarios para no aventurarme en terrenos -Derrida, Levinas, Agamben, Rancière- insuficientemente acotados por mi lectura.
No sé si Foucault había leído a Schürmann, pero lo cierto es que Schürmann estuvo profundamente influido por Foucault, como atestigua su magnífico texto «Se constituer soi-même comme sujet anarchique» («Constituirse a sí mismo como sujeto anárquico»[2]).
Leyendo la obra de Heidegger en sentido inverso a su elaboración, Schürmann, olvidado durante un tiempo, pero cuyo redescubrimiento está agitando a una parte de la filosofía contemporánea, contribuyó a dirigir nuestra mirada hacia «la anarquía ontológica».
Mediante su crítica de la «arkhè» aristotélica, mostró cómo una anarquía que hubiese descartado los «principios primeros» que legitiman el dominio de la teoría sobre la práctica, no podía sino descubrir la contingencia de su propio camino y remitirse consecuentemente al «a priori práctico».
Entendiendo por «a priori práctico» que las situaciones concretas son las que deben definir, en su multiplicidad, los principios particulares y, por tanto, necesariamente también múltiples ̶ pero nunca primeros o únicos ̶ que guían la acción, protegiéndola de cualquier teleocracia preestablecida.
El análisis de Schürmann podría contribuir a la construcción de un anarquismo que describo como «no-fundacional» (cuidado, no como post-fundacional), despojándolo de sus proclividades instituyentes y, por tanto, de su propensión a producir dominación. Esto lo convertiría en una fuerza radicalmente destituyente, del mismo modo que Stirner conceptualizaba el proceso de «insurrección» como diferente del de revolución.
Gracias a su libro, algunos y algunas hemos descubierto a Derek C. Barnett y su recuperación del énfasis que ponía Foucault sobre «la resistencia», pero centrando ahora este concepto directamente en el anarquismo. Sostiene, por ejemplo, y usted lo cita, que «la lógica principal del anarquismo es que donde hay poder, también hay necesariamente resistencia».
Según Barnett, el anarquismo se define ante todo y necesariamente como «un dispositivo de resistencia» frente a toda forma de poder, es decir, se define por una relación antagónica con el poder, una relación que promueve «una ética de la revuelta» en lugar de inspirar una épica de la revolución.
La resistencia al poder no se hace en nombre de la moral, la razón, el bien, la humanidad, la salvación o la preparación de una revolución, aunque sea libertaria. En otras palabras, no se hace en nombre de «nada» que trascienda las situaciones concretas en las que surge la resistencia. No se trata de avanzar hacia un determinado horizonte, por resplandeciente que parezca, ni de obedecer a tal o cual mandato axiológico, se trata simplemente de decir ¡No! No a una determinada situación considerada inaceptable, y de resistirse a ella para neutralizarla y, en el mejor de los casos, eliminarla.
Como usted lo afirma, la proclamación anarquista de que no es necesario gobierno alguno para vivir en sociedad está rodeada de un halo de escándalo frente a lo que se ha esgrimido como una evidencia absolutamente indiscutible desde la época de la Grecia clásica: la incapacidad de las poblaciones para gobernarse directamente. Una evidencia que Proudhon calificó de «prejuicio gubernamental».
Es precisamente el rechazo anarquista del prejuicio gubernamental lo que los filósofos se niegan a admitir, salvo sin duda Foucault cuando afirma con contundencia que «ningún poder es nunca necesario» y detalla su magnífico concepto de «anarqueología» en su curso «Du gouvernement des vivants».
Por mi parte, confieso que no sé si es posible o no que los humanos tal y como somos hoy, vivamos sin gobierno, pero estoy absolutamente convencido de que «pensar y actuar como si fuera posible» es absolutamente imprescindible si queremos desarrollar formas de lucha que hagan tambalearse al gobierno y abran campos de experimentación para otro tipo de vida.
Resulta, además, que pensar que podemos vivir sin gobierno me parece mucho menos decisivo para definir el anarquismo que afirmar que debemos «resistir siempre y en todas partes a todas las formas de dominación», que es, en mi opinión, donde reside realmente el corazón del anarquismo.
Por último, me gustaría abordar lo que me parece problemático. Me refiero a sus reflexiones sobre «lo ingobernable», como antagonismo al poder, es decir, como desobediencia, insubordinación y negativa a obedecer, y sobre «lo no gobernable» como lo externo, lo ajeno al campo de acción del gobierno, lo que no es del orden de lo gobernable y, por tanto, es indiferente o no se ve afectado por los órganos de gobierno y sus prácticas.
Es innegable el valor heurístico de esta distinción, que enriquece el pensamiento anarquista y nos incita a repensar, en particular, la relación entre libertad y poder. También es innegable que existe un vasto campo de la realidad que no se puede gobernar. La vida, que no depende de otro principio que de sí misma en su creatividad y mutabilidad, por no decir en su plasticidad, es un buen ejemplo de ello, y hay, como usted dice, y cito, «regiones del ser y de la psique a las que ningún gobierno puede llegar».
Lo no gobernable es, por tanto, una realidad innegable que marca los límites del gobierno y desafía su supuesta omnipotencia y omnipresencia. Además, la ontología anarquista ̶ porque el anarquismo sí tiene una ontología propia, que difiere radicalmente de la propagada por la metafísica desde Aristóteles ̶ postula una realidad hecha de movimiento, multiplicidad y contingencia, que desafía el campo de lo gobernable.
Dicho esto, entiendo que lo no gobernable excluye la posibilidad misma de resistencia, porque no nos resistimos a lo que no existe, y no luchamos contra lo que no nos afecta ni puede afectarnos en modo alguno al ser totalmente ajenos a ello. Ser no gobernable es, en definitiva, no poder oponer resistencia al gobierno porque estamos fuera del alcance el uno del otro, el otro de uno.
En mi opinión, la esencia del anarquismo es manifestarse como ingobernable en toda la medida de lo posible y, al hacerlo, socavar «el poder del poder» contribuyendo a hacer ingobernables al mayor número posible de personas y colectivos.
Al igual que Diógenes, volverse indiferente al poder puede significar escapar a sus garras, pero también significa volverse incapaz de oponerle una resistencia, la cual se manifiesta entre otras cosas en forma de lo ingobernable.
En otras palabras, es muy cierto que «Diógenes no puede ser gobernado», pero eso se debe a que su resistencia ̶ y no su indiferencia, que no es más que una estratagema ̶ lo convierte en ingobernable, ajeno a la obediencia y firmemente arraigado en la negativa a acatarla.
Reconozco que esta parte de su libro me confunde un poco, pero al mismo tiempo tiene la enorme ventaja de animar a que nuestro pensamiento se salga de los caminos trillados y escape de ellos.
No quisiera terminar, porque ya voy a concluir, sin mencionar otro punto en el que mi coincidencia con su pensamiento es total. Dice, en una frase que me parece sumamente bella y sugerente:
«…el anarquismo nunca es lo que es, es en esto que es. Su plasticidad lo define» y, en efecto, yo también sostengo que el anarquismo deja de serlo en cuanto se petrifica; «es movimiento o no es anarquismo».
Usted, Catherine Malabou, contribuye a mantenerlo en movimiento y, como anarquista, militante y meditante, no puedo sino estarle agradecido por ello.
[1] Catherine Malabou (2023): ¡Al Ladrón! Anarquismo y filosofía. Argentina/España, La Cebra, Palinodia, Kaxilda.
[2] Simón Royo Hernández (1919): El sujeto anárquico: Reiner Schürmann y Michel Foucault. Madrid, Arena. Anexo: Reiner Schürmann «Sobre constituirse a sí mismo como sujeto anárquico».
https://redeslibertarias.com/2024/05/03/al-ladro-anarchismo-e-filosofia-tomas-ibanez/#_ftn1
Au voleur! Anarchisme et Filosophie. Tomas Ibáñez
Publié le 3 mai 2024 par rédaction
Intervention de Tomas Ibáñez lors du débat avec Catherine Malabou, tenu à l’Institut Français de Milan en février 2024, à l’occasion de la publication de la version italienne de son livre : Au voleur! Anarchisme et Philosophie[1] par la maison d’édition libertaire Eleuthéra.
L’importance de son livre pour éclairer la relation qu’entretient la philosophie critique avec l’anarchie, mais aussi pour nous aider à repenser l’anarchisme, est amplement démontrée par l’énorme retentissement médiatique qu’il a eu et surtout par le nombre de critiques, citations, commentaires et débats qu’il a suscités dans les milieux libertaires et au-delà.
Je vous préviens que je suis une des personnes que votre livre a séduites, sans doute parce que je me sens en phase avec vos arguments, bien que je m’inquiète de certains aspects que je mentionnerai à la fin de ce commentaire.
Si je ne vais pas aborder ici vos remarques sur ce que vous appelez l’«anarchisme de fait», c’est tout simplement parce que mon ignorance en la matière est colossale. Pourtant, je partage l’importance qu’il accorde à ce phénomène et l’idée que, grâce surtout à la révolution informatique, le capitalisme s’est «anarchisé», pour ainsi dire, mais pour ainsi dire.
Je ne parlerai donc que de ce que vous appelez «l’Anarchisme d’Éveil» (l’«anarchisme émancipateur», dans une traduction risquée), paraphrasant occasionnellement vos propres commentaires.
Par exemple, je fais mienne sa qualification de «résurgence de l’anarchisme» pour caractériser ce qui s’est passé pendant la grande manifestation de Seattle en 1999, ainsi que dans toutes ses répliques successives.
Ce n’est pas que ces grands mouvements politiques se voyaient « pollinisés » par des idées libertaires qui flottaient dans l’air à ce moment-là, mais qu’ils « réinventèrent » littéralement principes organisationnels et tactiques anarchistes à partir des pratiques déployées au sein même des situations de confrontation. Et cela s’est répété tout au long du premier quart de ce siècle dans les nombreuses révoltes qui ont éclaté dans le monde entier.
Cette réinvention des principes libertaires au sein de mouvements extérieurs au camp anarchiste traditionnel a donné vie, comme cela fut déjà le cas en mai 68, à ce que j’ai appelé un « anarchisme extra-muros ».
Je suis également tout à fait d’accord avec vous sur le fait que l’anarchisme doit travailler dur pour se repenser en réalisant un véritable « aggiornamento ». En ce sens, j’apprécie beaucoup son expression « l’anarchisme qui vient », dont on peut déjà discerner certains traits. Et puisque nous sommes ici sous les auspices de la maison d’édition libertaire Eleuthèra, ce désir d’aggiornamento ne peut que raviver le souvenir de ce grand militant anarchiste et excellent compagnon Amedeo Bertolo quand il disait, je cite textuellement : «le vieux tronc solide de l’anarchisme est encore vigoureux, mais il doit être taillé vigoureusement, pour que les jeunes branches puissent germer et se développer et pour qu’il puisse accueillir les nouvelles greffes sans les rejeter ni les étouffer».
Tomas Ibáñez
Vous faites valoir à juste titre que la philosophie critique contemporaine ignore «l’anarchisme» et ne s’intéresse qu’à «l’anarchie». Ceci est d’autant plus curieux que le canon anarchiste classique n’était pas dépourvu de contenu philosophique et présentait même une qualité philosophique appréciable. Bakounine avait une solide formation dans ce domaine, et le même, voire plus encore pourrait être dit de Stirner, sans oublier beaucoup d’autres comme Proudhon, Kropotkin, Landauer, Malatesta, etc.
On a reconnu au marxisme sa portée philosophique, alors que l’anarchisme en a été privé. Cependant, la différence entre Marx/Engels et les anarchistes ne résidait pas dans la moindre familiarité de ces derniers avec le corpus philosophique de leur temps, mais dans leur relation différente avec la philosophie. Il est vrai que les deux secteurs préconisaient une sortie de la philosophie comprise comme simple contemplation, et la mettre à agir sur le monde.
Cependant, du côté de Marx, on considérait que la réflexion et l’analyse devaient nourrir, et donc précéder, l’action transformatrice afin de pouvoir la guider, tandis que du côté de Bakounine, c’était « le rugissement de la lutte » que se développait et se nourrissait la réflexion théorique. Comme l’avait bien vu Proudhon, l’idée naît de l’action et se répercute sur elle dans une relation de parfaite symbiose.
Il est tout à fait vrai que l’anarchisme ne peut être assimilé au discours philosophique, mais c’est parce que «son mode de construction», enraciné dans la pratique, diffère de celui de la philosophie. Ainsi, le discours anarchiste ne peut jamais être un discours purement « méditatif », pour utiliser une de ses expressions ; il n’est anarchiste que s’il est simultanément un discours « militant ».
Cela dit, comme vous le soutenez très bien, renoncer à la philosophie serait suicidaire pour toute pensée politique, et il est clair que l’anarchisme ne devrait pas le faire. Mais, en fait, il n’y a pas du tout de rejet anarchiste de la philosophie, il y a un refus anarchiste d’être «une philosophie», d’être un élément appartenant à cet ordre du discours.
De plus, vers la fin du siècle dernier, la philosophie et l’anarchisme se rencontrèrent à nouveau, comme en témoigne l’impact du post-structuralisme sur la pensée anarchiste, notamment avec les contributions de Todd May, Jason Adams ou Saul Newman, qui ont articulé un anarchisme post-structuraliste fortement imprégné de philosophie et qui s’est nourri de l’«anti-essentialisme radical» de Foucault, extrayant de sa boîte à outils des instruments qui sont tout à fait nécessaires pour comprendre, entre autres, le pouvoir et la domination.
Mais, si l’anarchisme a incorporé des éléments philosophiques, vous démontrez avec éloquence que la philosophie reste imperméable à l’anarchisme, même s’il s’agit de penseurs qui ont tendance à évaluer positivement l’anarchie.
Cela est dû, selon vous, à la stricte séparation qu’ils établissent entre l’anarchie et l’anarchisme, ne s’intéressant qu’à un concept d’anarchie dissidente du mouvement anarchiste.
Or, s’il est vrai que l’anarchie et l’anarchisme sont deux concepts distincts, ils sont aussi «intimement liés». C’est le mouvement anarchiste qui construit l’idée d’anarchie en même temps qu’elle inspire ses pas, et nous commettons une grave erreur si nous négligeons cet entrelacement.
Parmi les six philosophes que vous commentez, ce sont Michel Foucault et Reiner Schürmann que j’apprécie le plus et que je connais le mieux, c’est pourquoi je limiterai mes commentaires pour ne pas m’aventurer sur des terrains -Derrida, Levinas, Agamben, Rancière- insuffisamment délimités par ma lecture.
Je ne sais pas si Foucault avait lu Schürmann, mais le fait est que Schürmann a été profondément influencé par Foucault, comme en témoigne son magnifique texte «Se constituer Soi-même comme sujet anarchique» («Se constituer lui-même comme sujet anarchique»[2]).
En lisant l’œuvre de Heidegger en sens inverse de son élaboration, Schürmann, oublié pendant un temps, mais dont la redécouverte agite une partie de la philosophie contemporaine, contribua à diriger notre regard vers « l’anarchie ontologique ».
Par sa critique de l’« arkhè » aristotélicienne, il montra comment une anarchie qui avait écarté les « principes premiers » qui légitimaient la maîtrise de la théorie sur la pratique ne pouvait que découvrir la contingence de son propre chemin et se référer en conséquence au «a priori pratique».
comprenant «a priori pratique» que ce sont les situations concrètes qui doivent définir, dans leur multiplicité, les principes particuliers et donc nécessairement aussi multiples mais jamais premiers ou uniques qui guident l’action, la protégeant de toute télépocratie préétablie.
L’analyse de Schürmann pourrait contribuer à la construction d’un anarchisme que je qualifie de « non fondateur » (soin, pas post-fondation), en le dépouillant de ses penchants instituants et donc de sa propension à produire domination. Cela en ferait une force radicalement destituante, de même que Stirner conceptualisait le processus d’«insurrection» comme différent de celui de la révolution.
Grâce à son livre, certains et certaines d’entre nous ont découvert Derek C. Barnett et son rétablissement de l’accent mis par Foucault sur « la résistance », mais en concentrant maintenant ce concept directement sur l’anarchisme. Il soutient, par exemple, et vous le citez, que «la logique principale de l’anarchisme est que là où il y a pouvoir, il y a aussi nécessairement résistance».
Selon Barnett, l’anarchisme se définit avant tout et nécessairement comme « un dispositif de résistance » face à toute forme de pouvoir, c’est-à-dire qu’il se définit par une relation antagoniste avec le pouvoir, une relation qui promeut « une éthique de la révolte » au lieu d’inspirer une épopée de la révolution.
La résistance au pouvoir ne se fait pas au nom de la morale, de la raison, du bien, de l’humanité, du salut ou de la préparation d’une révolution, même si elle est libertaire. En d’autres termes, cela ne se fait pas au nom de «rien» qui transcende les situations concrètes dans lesquelles surgit la résistance. Il ne s’agit pas d’avancer vers un horizon déterminé, aussi resplendissant qu’il puisse paraître, ni d’obéir à tel ou tel mandat axiologique, il s’agit simplement de dire non! Non à une situation considérée comme inacceptable, et de s’y opposer pour la neutraliser et, au mieux, l’éliminer.
Comme vous l’affirmez, la proclamation anarchiste qu’aucun gouvernement n’est nécessaire pour vivre en société est entourée d’un halo de scandale face à ce qui a été présenté comme une évidence absolument indiscutable depuis l’époque de la Grèce classique : l’incapacité des populations à se gouverner directement. Une évidence que Proudhon a qualifiée de «préjugé gouvernemental».
C’est précisément le rejet anarchiste du préjugé gouvernemental que les philosophes refusent d’admettre, sauf sans doute Foucault quand il affirme avec force qu’«aucun pouvoir n’est jamais nécessaire» et détaille son magnifique concept d’«anarchéologie» dans son cours «Du gouvernement des vivants».
Pour ma part, j’avoue que je ne sais pas s’il est possible ou non que les humains tels que nous sommes aujourd’hui vivent sans gouvernement, mais je suis absolument convaincu que «penser et agir comme si c’était possible» est absolument indispensable si nous voulons développer des formes de lutte qui ébranlent le gouvernement et ouvrent des champs d’expérimentation pour un autre type de vie.
Il s’avère, en outre, que penser que nous pouvons vivre sans gouvernement me semble beaucoup moins décisif pour définir l’anarchisme que d’affirmer que nous devons «résister toujours et partout à toutes les formes de domination», qui est, à mon avis, le cœur de l’anarchisme.
Enfin, je voudrais aborder ce qui me semble problématique. Je me réfère à ses réflexions sur «l’ingouvernable», comme antagonisme du pouvoir, c’est-à-dire comme désobéissance, insubordination et refus d’obéir, et sur «ce qui n’est pas gouvernable» comme externe, ce qui n’est pas du domaine d’action du gouvernement, et est donc indifférent ou n’est pas affecté par les organes directeurs et leurs pratiques.
La valeur heuristique de cette distinction, qui enrichit la pensée anarchiste et nous incite à repenser, en particulier, le rapport entre liberté et pouvoir, est indéniable. Il est également indéniable qu’il existe un vaste domaine de la réalité qui ne peut être gouverné. La vie, qui ne dépend que d’elle-même dans sa créativité et sa mutabilité, pour ne pas dire dans sa plasticité, en est un bon exemple, et il y a, comme vous le dites, « des régions de l’être et de la psyché auxquelles aucun gouvernement ne peut parvenir ».
Le non-gouvernable est donc une réalité indéniable qui marque les limites du gouvernement et défie sa soi-disant toute-puissance et toute-puissance. De plus, l’ontologie anarchiste parce que l’anarchisme a sa propre ontologie, qui diffère radicalement de celle propagée par la métaphysique depuis Aristote postule une réalité faite de mouvement, de multiplicité et de contingence, qui défie le domaine du gouvernable.
Cela dit, je comprends que le non-gouvernable exclut la possibilité même de résistance, parce que nous ne résistons pas à ce qui n’existe pas, et nous ne luttons pas contre ce qui ne nous affecte pas et ne peut en aucun cas nous affecter. Être non gouvernable, c’est, en définitive, ne pas pouvoir résister au gouvernement parce que nous sommes hors de portée l’un de l’autre, l’autre de l’un.
À mon avis, l’essence de l’anarchisme est de se manifester comme ingouvernable dans toute la mesure du possible et, ce faisant, de saper «le pouvoir du pouvoir» en contribuant à rendre ingouvernables le plus grand nombre possible de personnes et de groupes.
Comme Diogène, devenir indifférent au pouvoir peut signifier échapper à ses griffes, mais aussi devenir incapable de lui opposer une résistance qui se manifeste entre autres sous la forme de l’ingouvernable.
En d’autres termes, il est tout à fait vrai que «Diogène ne peut être gouverné», mais c’est parce que sa résistance et non son indifférence, qui n’est qu’un stratagème, le rend ingouvernable, étranger à l’obéissance et fermement enraciné dans le refus de s’y conformer.
Je reconnais que cette partie de votre livre me perturbe un peu, mais en même temps elle a l’énorme avantage d’encourager notre pensée à sortir des sentiers battus et à s’en échapper.
Je ne voudrais pas terminer, parce que je vais conclure, sans mentionner un autre point sur lequel je suis tout à fait d’accord avec votre pensée. Il dit, dans une phrase que je trouve très belle et suggestive:
«… l’anarchisme n’est jamais ce qu’il est, c’est en cela qu’il est. Sa plasticité le définit » et, en effet, je soutiens moi aussi que l’anarchisme cesse de l’être dès qu’il est pétrifié ; « c’est mouvement ou ce n’est pas anarchisme ».
En tant qu’anarchiste, militant et méditant, je ne peux que vous en être reconnaissant.
[1] Catherine Malabou (2023) : Al Ladrón! Anarchisme et philosophie. Argentine/Espagne, La Cebra, Palinodia, Kaxilda.
[2] Simón Royo Hernández (1919) : Le sujet anarchique : Reiner Schürmann et Michel Foucault. Madrid, Arena. Annexe : Reiner Schürmann « Sur se constituer lui-même comme sujet anarchique ».
https://redeslibertarias.com/2024/05/03/al-ladro-anarchismo-e-filosofia-tomas-ibanez/
Traduction automatique (reverso)
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